Atravesando el Cesar

Gregorio en el moto-taxi
Gregorio en el moto-taxi

Esta mañana cuando nos preparábamos para salir de Villanueva llegó un chico en un moto-taxi, dijo que nos vio en el periódico. Platicamos un poco mientras ordenábamos la Zaigua, se llama Gregorio, trabaja en el moto-taxi desde muy temprano en la mañana hasta que se acerca la noche. Fue muy amable, nos llevó hasta la salida de la carretera, el frente a nosotros para que lo siguiéramos. Hicimos una parada al lado de la calle para comprar gasolina de “pimpina”, tan famosa por acá –las gasolineras parecen abandonadas. A partir de este tramo la gasolina comenzará a subir de precio ya que no habrá tanta cercanía a Venezuela. Dijimos adiós a Gregorio, ‘de haber sabido les hubiera dado aunque sea unas frutas, para el camino! Tenga buen viaje oyó?’ se despidió.

Comenzamos lo que sería un largo camino para atravesar el Cesar de norte a sur. Antes de la primera hora de conducir paramos en La Paz un pueblo/ciudad con bastante movimiento –al menos sí por la mañana. Había comida por todos lados, frutas, tinto –café- y fritos. Encontramos un lugar en el que no podíamos parar de comer, un puesto bajo la sombra de un gran árbol, ahí se cruzaban dos calles y había mucha gente comiendo. Comenzamos por lo que para mí sería una gordita de maíz –no nos enteramos cómo es que las llaman acá-, yo una rellena de carne molida y David una de carne desmechada – deshebrada. Después pedimos arroz al curry con pollo, y luego una arepa de huevo ranchero: huevo con salchicha ranchera. Me tomé dos tintos en el transcurso. Nos paramos de ahí como pudimos y “rodamos” a la camioneta.

La siguiente parada fue un pueblo llamado San Roque, ahí nos conectamos a internet y subimos el blog de ayer. Luego seguimos nuestro camino, aún era bastante temprano. Hubo un accidente en la carretera, en un principio no sabíamos lo que ocurría, el trafico estaba detenido y avanzaba muy lentamente, luego vimos un carro estampado contra un árbol, vidrios, aceite y un pedazo de tela en medio de la carretera. Parecía que la ambulancia ya había pasado por ahí, alrededor solo había gente curiosa.

El sol fue girando alrededor de la Zaigua, comenzó del lado de David, terminó del mío. El calor de la carretera y del motor se unía y provocaba un viento muy caliente que nos daba en la cara. Estábamos sucios y sudando, nos ardía la piel por el sol y comenzábamos a aburrirnos de la carretera. Entonces lo vimos ahí al lado del camino: un riachuelo! podríamos bañarnos apropiadamente –después de cinco días de no tocar el agua y ocho sin usar shampoo o jabón, que quede claro que este récord que impusimos de anti higiene no fue por gusto propio.

Entramos a un camino empedrado, estacionamos la camioneta bajo un árbol y atravesamos una propiedad para llegar al agua. El riachuelo tenía muy poca agua, lo más profundo nos daba apenas sobre la rodilla… no importó, me tiré al agua, mojé bien mi cabello y salí a ponerme shampoo y tallarme todo el cuerpo con bastante jabón para que se quitaran las capas de suciedad que había acumulado, lo mismo David. Sacamos agua con la cubeta y nos quitamos el jabón sobre unas grandes piedras en las que daba el sol. Había más gente alrededor, no nos quitaban los ojos de encima. Nos quedamos ahí parados bajo el sol un momento, recogimos todo y regresamos a la Zaigua más ligeros que nunca.

Limpios y con el cabello desenredado todo parecía diferente… seguimos el camino con mucho más ánimo. Pasamos varios pueblos, el paisaje cambiante a cada kilómetro y las montañas al lado todo el tiempo. De vez en cuando funcionaba alguna estación en la radio, cuando no, platicábamos, luego silencio –yo leía, David pensaba mientras manejaba. Parecía que la carretera se alargaba y cada vez faltaba más para llegar – no sabíamos a dónde. Decidimos llegar hasta Aguachica, al sur del Cesar, la guía mencionaba este lugar como ‘tranquilo y con una iglesia –Iglesia de San Roque- alrededor de la cual hay varios puestos de comida durante la noche’, cenaríamos ahí.

El trayecto final del camino pareció eterno, el sol estaba en su última fase y entraba directamente por mi ventana, me dolían las piernas por estar sentada tanto tiempo y me ardía un lado de la cara –tenía la mitad roja por el sol. David estaba cansado y los ojos se le hacían más chiquitos a cada tramo. Estuvimos estancados en el tráfico por una hora, había una caseta de cobro con un solo carril que provocó una línea interminable de vehículos esperando pasarla. Al parecer el cobro era a criterio de la chica dentro de la caseta, ya que ni al vehículo delante de nosotros ni al de detrás les cobró, pero nosotros si tuvimos que pagar. Cuando David le preguntó por qué los demás no pagaban ella se limitó a decir ‘Si, todos TODOS’. Seguimos el camino.

 

Brocheta de carne asada
Brocheta de carne asada

Leímos ‘Aguachica’, por fin habíamos llegado. Nos fuimos directamente a la iglesia de San Roque, estaba rodeada de puestos. Estacionamos la camioneta y nos estiramos, teníamos las piernas adormecidas. Compré un tinto y comimos una brocheta de carne asada y papa. Luego fuimos por la cena: comenzamos por una rebanada de pizza hawaiana, seguimos con una hamburguesa y terminamos con unas salchi-papas –una montaña de salchicha, papas, queso y crema. Al terminar volvimos a ‘rodar’ a la Zaigua.

Los chicos
Los chicos

Nos recomendaron Ciudadela de la Paz para dormir, un barrio tranquilo y además fresco por los árboles que tiene alrededor. Al llegar al lugar vimos varios niños jugando en la calle, pasamos unas dos cuadras y un chico se nos acercó en su bici, ‘vecino si está perdido yo lo ayudo para que salga’, detrás de él habían varios chicos más en sus bicicletas, a lo mucho tendrían 15 años. David le explicó que buscábamos un lugar tranquilo para pasar la noche, y que fuese seguro. Él y el resto nos llevaron hasta el final de la calle, al lado de la casa de William, un hombre muy amable y divertido. Los chicos fueron con William para decirnos que era un lugar seguro y que podíamos pasar la noche sin problemas ‘Ahí nadie los va molestar’ decía el chico.

 

William nos invitó a sentarnos en su porche, estaba ahí con una vecina y un vecino. Nos presentamos y nos sentamos un rato. Luego fui a la abrir la Zaigua para que saliera todo el calor del motor y aproveché para hablar un rato con los chicos. Les mostré la camioneta y luego regresé a con William. Comenzamos a platicar, tomamos jugo de uva y una cerveza mientras William nos decía lo mucho que le gusta lo que hacemos, ‘están conociendo el mundo, y a gente humilde’. Luego nos ofreció estacionarnos frente a su casa para poder pasarnos electricidad y que conectáramos un abanico para no ter calor. ‘No te preocupes William, estamos acostumbrados’ ‘Ay no no! Hace mucho calor, no tiene ventilación, pare bola, cuádrela aquí enfrente de mi casa y fshht les paso electricidad y ponen su abanico’. Ese fue el tema por un buen rato.

 

William nos acogió totalmente y nos invitó a quedarnos hasta el lunes para llevarnos a visitar una estación de radio. Reímos mucho por sus expresiones y la plática fue muy agradable, luego nos acompañó a la Zaigua para darnos las buenas noches y para decirnos que ‘cualquier cosa que necesiten van y me tocan, pero fuerte, me gritan: WILLIAM! Y ya salgo (…). Que descansen.’

 

 

Ha sido un día largo -y un tanto tedioso n la carretera- pero ha valido la pena porque hemos encontrado muy buena comida y gente muy noble.

 

Andrea

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Comentarios: 1
  • #1

    Eymer (domingo, 13 enero 2013 12:41)

    Me gusta mucho lo que hacen... sobre todo el amor y la buena voluntad de transmitir todo lo que han visto de sus países y de países que han visitado... que buena honda

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