Bolivia y olé!

Después de más de dos meses de estancia y de recorrer el país de un extremo a otro, hoy nos despedimos de Perú.  Hemos tenido la suerte de colaborar con muchas personas que nos han abierto las puertas de sus hogares y han compartido con nosotros la mesa y muchas experiencias.

 

Personalmente puedo decir que me encontré con un Perú totalmente distinto al que tenía en mente, o al que había visto en revistas.  Nos recibió un país lleno de turistas y de ONG’s.  La cantidad de organizaciones trabajando en pro de comunidades indígenas, de niños, de mujeres, etc.,  con capital extranjero  es inmensamente basta. 

En las comunidades indígenas que visitamos, pudimos darnos cuenta de lo arduo que la gente está trabajando para salir adelante, para darles un futuro a los hijos… Gente, que contrario a lo que nos habían advertido en mismo Perú, fueron siempre amables y abiertos con nosotros.

 

Me hice de una infección estomacal que no me dejó hasta después de un mes y muchos antibióticos. Descubrí lo rico que es tomar un emoliente (bebida de linaza, miel, limón y alfalfa) calientito por las noches, y lo frío que puede llegar a ser Cusco.  Pero una de las cosas más importantes y  que ya esperábamos, es que: hay mucho más en Perú que solo Machu Picchu.  Una noche en la calle te dejará asombrado –por lo bueno y por lo no tan bueno. 

Creo que Perú es uno de los países que más cambian si vas de lo turístico a “la vida real”, y para ello basta caminar algunas cuadras de la plaza principal o tomar un bus y bajarte a los cinco o diez minutos. 

Seguimos nuestro camino de lado del Lago Titicaca hacia la frontera con Bolivia.  Notamos mucho tráfico, la mayoría eran autos peruanos yendo o regresando del país vecino por “la bendición de los autos”.  Una celebración religiosa a la que asisten mayormente peruanos.

 

El tráfico era un desastre, orden y paciencia es algo que nadie conocía. Cosa que debo admitir, es una de las cuestiones que más me molestaron de Perú: todos se creen más listos que tú, y por ello toman el sentido contrario para rebasarte (eso aplica casi en cualquier calle a menos que algo físico se los impida) y luego, sin disminuir la velocidad se te atraviesan y toman tu lugar.  Lo hacen de manera tan abrupta que lo único que puedes hacer es frenar lo más rápido posible para no golpear tu auto contra el de ellos. 

En fin... después de una muy larga, estresante y competitiva fila, llegamos a la frontera.  David se había bajado hacía un muy buen rato de la camioneta, para hacer los trámites necesarios ya que en las oficinas había filas igual de largas que la de los autos.  Para cuando llegué a migración, David ya había sellado nuestras salidas del país y entregado las tarjetas andinas (una hojita que te dan al ingresar al país, y debes presentar a la policía nacional para que la sellen  y luego dejarla en migración), también estaba lista ya la salida de la Zaigua.

 

Nos acercamos al lado boliviano y estacionamos la camioneta frente a Aduanas.  Fui a sellar mi entrada y luego fue David, a ambos solo nos dieron un mes de estadía (según los consulados, tenemos derecho a tres meses) y a pesar de explicarles que necesitábamos un poco más tiempo, se negaron y nos dijeron que tendríamos que arreglar eso en alguna oficina de migración y comprobar que requerimos de un plazo más largo.

 

El agente que selló mi pasaporte, después de hacerse el galán se burló de mi por mis intenciones de llegar a Chile, “no te van a dejar entrar, allá no quieren a los mexicanos. Pero al menos te vamos a dejar entrar a Bolivia”. Que amable ¿no?  Al parecer está muy al tanto de la relación migratoria México-Chile.

 

Subí a la camioneta mientras David hacía los trámites de aduana para la Zaigua –a ella le dieron  dos meses de estancia.  Me pidieron que la moviera, “hágase para allá, al frente, vamos a cerrar”.  La moví al lado boliviano y ahí me quedé.  Cerrarían la frontera por aproximadamente tres horas, ¿por qué? Habría una corrida de toros, nada más y nada menos que ahí mismo! 

"Plaza de Toros"
"Plaza de Toros"

Cercaron lo que se convirtió en la plaza, un terreno al lado de la aduana. Autobuses y camiones de carga formaron un círculo alrededor  para evitar que los toros se salieran.  Habíamos terminado nuestros tramites así que decidimos unirnos a la celebración – la corrida de toros se hace ahí una vez al año para conmemorar el día del campesino.  

No cabíamos de la sorpresa: toros en la frontera.  Por un lado el espectáculo, y justo detrás de los camiones que hacían de barreras para los toros, se veían las filas de espera en migración.  No podíamos parar de reír, y de agradecer la suerte que habíamos tenido de llegar justo antes de que comenzara la acción en el ruedo para sellar nuestros pasaportes de entrada.

 

Cuando salimos de la frontera ya había oscurecido, iríamos a Copacabana que está a unos ocho kilómetros de distancia.   Al poco rato en la carretera nos detuvo un grupo de policías-agentes (¿?), no nos queda claro que eran pero llevaban uniforme oficial.  Pidiéndonos una cuota de veinticinco  bolivianos para poder continuar el camino a Copacabana.  “Por qué nos cobran?”, les preguntamos.  “Así es con los extranjeros, debemos cobrarles” dijo uno de los agentes. En eso una camioneta de Perú nos rebasó, sin que nadie los detuviese.  El mismo agente le preguntó a David “No me diga que tiene problema para pagar, ¿o sí? ¿De dónde es?”.  Cuando David le dijo que era de España, el agente comenzó a increparle por “lo mal que tratan a los bolivianos allá, a mis hermanos, los tratan peor que perros”.  

 

No entendíamos bien de que se trataba todo y las cosas comenzaban a ponerse algo tensas.  Aclaramos que venimos a Bolivia a filmar y a escribir artículos acerca de nuestra experiencia en el país, entonces otro agente intervino y le dijo al otro que nos dejase ir.  No nos pudimos mover de ahí hasta minutos después, los agentes se contradecían, sacamos la cámara y algunos se pusieron muy nerviosos y nos dieron la orden de seguir, mientras el otro continuaba con sus reclamos por el trato a “sus hermanos en Europa”.

 

Nos rebasaron más autos peruanos sin que nadie los detuviese para pagar la cuota “para extranjeros”.

Aún no sabemos si la cuota que quisieron cobrarnos en realidad existe o no, lo que sí es cierto es que nos dieron muy ‘mala espina’. 

Llegamos a Copacabana y nos llevamos otra sorpresa: la gente estaba en la calle, había bandas y colegios desfilando, muchas tiendas de artesanías y puestos de comida en la calle. Apenas y si lográbamos avanzar con la Zaigua por el número de personas que ocupaban las calles.

 

Encontramos donde estacionar la camioneta y bajamos en busca de comida.  Pedimos una hamburguesa en un puesto, la mujer nos tuvo esperando buen rato, mientras atendía a bolivianos y peruanos – la mayoría llegaron después de nosotros-  luego volteaba a vernos y nos gritaba estando a pocos centímetros de distancia: ya va! Ya va!.  Conforme llegaba la gente se iba con su hamburguesa y nosotros seguíamos de observadores.  Así nos tuvo hasta que nos cansamos y decidimos irnos.

 

En otros lugares tuvimos más suerte y pudimos cenar.  Nos sorprendió que las cosas las cobren en soles peruanos, en vez de bolivianos, aunque puedes elegir con qué moneda pagar.

 

La fiesta en la calle sigue y por lo visto así continuará un buen rato más.  Para nosotros ha sido un día eterno y con muchas sorpresas….  Ya mañana veremos qué Bolivia nos recibe.

 

Andrea

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